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3 mar. 2016
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El Lenguaje de las Fisuras y Grietas, y su diagnosis
Inspección/ Evaluación de daños Patología Los edificios están vivos. Respiran, se cansan, mueven y degradan. Todos sus elementos, y son centenares, de docenas de materiales y composiciones diversas, están sufriendo alteraciones constantemente. Los situados más a la intemperie está sujetos a agresiones de todo tipo del ambiente exterior (luz, temperatura, humedad, viento, lluvia, aire, hielo), y los del interior no les andan a la zaga. Todos interaccionan con el medio, y evolucionan por degradación, pudrición, fragilización, oxidación, carbonatación y otras transformaciones, incluso por acciones biológicas. Todos, con el tiempo, acaban reduciendo o perdiendo sus cualidades. Cuando decimos resistente, impermeable, irrompible, inoxidable, nos referimos en realidad a que poseen esa cualidad sólo en un cierto grado, y que a la larga pueden perderla. El mérito de una construcción no es sino el de cómo mantener el mayor tiempo posible las cualidades deseables, sin fallos aparatosos, y sin que el conjunto se desmorone o arruine prematura o repentinamente, y en la que las partes alteradas se puedan reponer o restaurar con facilidad. Aun sin degradar, se producen constantemente cambios geométricos, por causa de la expansión, dilatación o contracción, originada básicamente por el cambio de temperatura o humedad, con los ciclos diarios o estacionales. Además, muchos de los materiales sufren con el paso del tiempo, aumentos o disminuciones espontáneas de tamaño. Los morteros, hormigones y maderas pierden lentamente humedad y retraen. Las cerámicas ganan humedad y aumentan de tamaño. Son cambios diminutos, pero monótonos, incesantes, con efectos acumulados, y a la larga con consecuencias desastrosas. Por ejemplo, la expansión de la cerámica es responsable de la rotura de las tinajas, o el fracturado (craquelado) de los esmaltes vidriados. Estos cambios, aun los cíclicos, de respiración, pueden ocasionan el desarmado entre elementos constructivos, creando fisuras, ranuras, o despegues. Como antes, el mérito de la construcción es conseguir que estas alteraciones no generen ruina. Pero aunque no la produzcan, el efecto es muy llamativo, feo, y alarmante. En este asunto contamos con una enorme variedad de astutos recursos, como son impostas, rehundidos, entrecalles, y cuando no es posible evitar la aparición de una junta, ocultándola tras un “tapajuntas”. La ranura sigue apareciendo, pero no se ve. Algunos que llamamos daños son simplemente la manifestación de algo inevitable, que antaño solíamos camuflar, y ahora queda aparente, al haber prescindido, quizá por moda, de un recurso inteligente. Además todo el conjunto de una obra, está sometido a una jerarquía mecánica en la que unos elementos sostienen a otros, y aun en cada uno, como en un muro, cada hilada sostiene a las superiores. En esa jerarquía, al vidrio lo sujeta el cerco de la ventana, a ese la hoja, ambos dependen del muro, éste se apoya en el forjado, el forjado en la viga, la viga en el soporte, el soporte en la zapata y la zapata en el terreno. Todo ello genera tensiones que el elemento original, acopiado, no tenía, y eso exige necesariamente deformaciones. En el mejor de los casos se producen instantáneamente, al cargarse. Pero como poco la tensión aumenta al añadir elementos a la obra. Y eso significa un reajuste constante a lo largo del proceso constructivo. Pero en general, además, todos los elementos sometidos a tensión (o sea todos) siguen aumentando su deformación con el tiempo, aunque no cambie la tensión, de manera que el reajuste dimensional se está produciendo siempre. En madera es muy aparatoso. Los tejados antiguos muestran las ondulaciones de las correas y vigas, que se van cansando, y aumentando su incurvación. En los tirantes, el cansancio hace que las fibras vayan resbalando unas respecto a otras, ocasionando al final el destesado completo del tirante, y que su papel tenga que verse suplantado por la flexión del muro, que a su vez cansa y desploma, ocasionando al final el derrumbe del conjunto. Otro tanto sucede con el empuje descompensado de arcos y bóvedas, o de cúpulas sin zuncho, y hasta de forjados de madera, que al flectar, provocan reacciones inclinadas. A largo plazo la naturaleza se sale con la suya, y lo que subes arduamente, acabará bajando. Lo que llamamos vidrio, no es tanto un sólido, cuanto un líquido enfriado, pero que está escurriendo lentamente, y que acabará concentrado en la parte inferior. Esta deformación “diferida” a tensión constante se produce menos, pero se produce, en hormigones, y en fábricas, si bien en estas últimas es menos aparente debido a que suelen estar sometidas a tensiones muy bajas. En terrenos depende mucho del tipo. En acero, el fenómeno es casi inexistente. Autor: José Luis De Miguel Rodríguez El Lenguaje de las Fisuras y Grietas, y su diagnosis